El evangelio de este domingo se centra en el tema de la unidad que debe ser el fruto primero de la comunidad cristiana. La imagen de la vid y los sarmientos nos pone en pista. Es una sola planta. Es una unidad vital. Hasta podríamos decir que la división entre vid y sarmientos que hace Jesús es un poco artificial. Naturalmente que los sarmientos no pueden existir separados de la vida. ¿De dónde les llegaría la savia necesaria para vivir? Cortada esa relación con la vida, los sarmientos mueren y sólo sirven para el fuego. Esa unión es la única posibilidad de que los sarmientos den fruto.
Lo verdaderamente importante es que den frutos de vida, es que el amor de Dios llegue a todos. La unidad está marcada por el punto de unión con la única vid: Jesús. La unidad no consiste en el hecho de que todos los sarmientos sean iguales, sean clones genéticos. La unidad no consiste en la uniformidad. Los sarmientos son plurales, diferentes y eso precisamente es lo que hace bella y hermosa a la vida. Esa diferencia hace también que los frutos sean más abundantes, más variados, más ricos.
No hay otra forma de trabajar por la unidad que esforzarse por estar unidos a Jesús, la verdadera vid, y abrazar la diversidad de nuestros hermanos y hermanas, los otros sarmientos, aceptando que ellos no tienen que pasar por nosotros para estar unidos a Jesús, que nosotros no somos el punto de conexión necesario. Sin excluir. Sin condenar. Basta con creer en el nombre de Jesús y vivir en el amor, que es el único mandamiento, para permanecer en Dios, como dice la segunda lectura, que no otra cosa es estar unidos a la vid.
Así seremos como aquellos discípulos de Jerusalén, sobre todo como Bernabé, que ven a Pablo, el antiguo perseguidor de los cristianos, convertido en predicador y se alegran de ello. Porque ven los frutos de vida que está ofreciendo al mundo. Y la iglesia gozaba de paz. Hoy seguimos teniendo pendiente la tarea de la unidad. O, mejor dicho, la tarea de unirnos a la verdadera vida. La del amor, la que nos une en el Reino.
Lectura: Hechos 9,26-31
En aquellos días, llegado Pablo a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos le tenían miedo, porque no se fiaban de que fuera realmente discípulo. Entonces Bernabé se lo presentó a los apóstoles. Saulo les contó cómo había visto al Señor en el camino, lo que le había dicho y cómo en Damasco había predicado públicamente el nombre de Jesús. Saulo se quedó con ellos y se movía libremente en Jerusalén, predicando públicamente en nombre del Señor. Hablaba y discutía también con los judíos de lengua griega, que se propusieron suprimirlo. Al enterarse los hermanos, lo bajaron a Cesarea y lo enviaron a Tarso.
La iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea, y Samaria. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor, y se multiplicaba, animada por el Espíritu Santo.
Palabra de Dios
Lectura: 1Juan 3,18-24
Hijos míos, no amemos de palabra y de boca, sino de verdad y con obras. En esto conoceremos que somos de la verdad y tranquilizaremos nuestra conciencia ante él, en caso de que nos condene nuestra conciencia, pues Dios es mayor que nuestra conciencia y conoce todo. Queridos, si la conciencia no nos condena, tenemos plena confianza ante Dios. Y cuanto pidamos lo recibimos de él,
porque guardamos sus mandamientos y hacemos lo que le agrada. Y éste es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó. Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el Espíritu que nos dio.
Palabra de Dios
Lectura del santo evangelio Juan 15,1-8
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: "Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos."
Palabra del Señor
El regalo dado y el regalo recibido
Salvador León Belén
En Graciela he visto a “Marta y María”, el regalo dado y el regalo recibido. He visto repetidas veces a una gran mujer, en la medianía de su vida, anclada en su hogar, unida fielmente a su esposo José Luis al que desde hace dos años una parálisis le dejó su cuerpo y parte de su cerebro dañados para siempre. José Luis, fue durante muchos años conductor de autobuses; hoy se encuentra postrado, casi no quiere caminar; permaneció en coma casi un mes. Necesita todos los cuidados, todas las atenciones, se conduce casi como un niño, no puede quedarse solo, sus reacciones son imprevisibles, es necesario estar permanentemente a su lado.
Graciela se deshace y se desvive por su esposo. Es su amor. Permanece enamorada en la cruz de tantos días que tanto le pesan. “Padre Salvador, ya son muchos meses y mucha carga. Un día tras otro ya me pesan mucho. Nos hemos quedado solos. Ya no nos visitan...” Así se desahogaba en una de las visitas y en uno de los bellos y duros encuentros que pude tener en su casa. Me dice también que hace tiempo que perdió la sonrisa y que sus dos hijos adolescentes no saben por qué tuvo que ocurrir esa desgracia a su padre. Los medios económicos de esta pobre familia son muy escasos y casi no les alcanza para terminar bien cada semana. Cuando tienen que viajar al hospital para realizar algún análisis, consulta con el doctor, revisión médica... se agrava más la situación porque los desplazamientos son muy caros y no les alcanza para cubrir tantos gastos.
“¿Cuándo respira usted? ¿Cuándo descansa?”, le pregunté. La respuesta que me dio me dejó sobrecogido. “Todas las tardes hago oración con el evangelio del día. La Palabra de Dios me ayuda mucho, me da fuerzas para seguir, para estar aquí, para amar y cuidar a José Luis, para trabajar por mis hijos. Ellos son mi vida”. Guardé silencio y dejé que la lección que esta sencilla y sacrificada mujer me estaba regalando fuera el tesoro íntimo recibido en una visita de amistad. Mi vida sacerdotal y misionera fue visitada por una buena mujer, con el rostro cansado, acostumbrada al sufrimiento, abierta a la gracia, con mucha paz, con Dios en sus labios y en su serena mirada. Así encontré a “María”. Antes de finalizar la visita, siempre me invitaba a orar con José Luis para dar gracias, pedir una bendición a Dios, interceder por los hijos, aceptar la voluntad del Señor, permanecer unidos a Él, leer la Palabra del día, rezar un Padre nuestro... Pero también encontré a “Marta”: laboriosa, muy trabajadora, abriendo siempre la puerta de la casa, sin parar de lavar, cocinar, coser, planchar, cuidar el jardín, sin salirse de sus cuatro paredes. Aceptando la dura realidad que le había tocado vivir, sufriendo el dolor de su esposo, sin indagar el porqué de la enfermedad, sin rebelarse, ha reducido la intensidad de su aflicción y desesperación. Ha comenzado a recuperar las fuerzas para estar bien con José Luis. Ahora dice sí al sufrimiento que ha visitado su vida y su hogar. Lo acepta, no lo esquiva, lo combate con las armas de la oración, la caricia y la dedicación exclusiva. En Dios encuentra la fuerza necesaria para vivir cada día. Esta mujer fuerte hace tiempo que “vistió el dolor de plegaria; la soledad de esperanza. Sirvió, consoló, dio fuerzas, guardó para sí sus penas”.
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