miércoles, 31 de marzo de 2010

21 de Marzo DOMINGO V DE CUARESMA DIA DEL SEMINARIO

La verdad es que nos encanta ser jueces y jurados y verdugos. Todo al mismo tiempo. Siempre estamos preparados a dar nuestra opinión sobre el comportamiento o las actitudes de éste o del otro. Miramos a sus ojos y no vemos una persona sino el objeto de nuestro juicio. Siempre tenemos claro lo que habría que hacer. Y no nos solemos decantar por el lado de la misericordia. Nuestros juicios suelen ser duros y terminan con facilidad en la condena
Hoy Jesús se enfrenta a una situación de esas. Pero su actitud es diferente. Primero de todo, mantiene su libertad. No se alinea con la masa. No se deja llevar. No intenta hacerse el simpático. Más bien, busca una manera de salvar a aquella persona. Parece que lo que menos le importa es que sea culpable o no. Lo suyo es salvar no juzgar ni mucho menos condenar. Logra detener a aquellos exaltados que se sentían autorizados por la ley de Moisés –habría que recordar que el mismo Jesús dice en otro pasaje del Evangelio que hay que cumplir esa ley hasta la última tilde–. Lo hace recordándoles que el mundo es una gran comunidad... de pecadores. En la Cuaresma ése es un punto que no debemos olvidar. Todos somos pecadores. Todos somos frágiles. Nadie es perfecto. Claro que hay diferencias entre unos y otros. Pero son de cantidad más que de cualidad. Al final, todos estamos necesitados de la misericordia de Dios. Todos necesitamos de la mano amiga que nos levante del laberinto de miseria en que estamos perdidos. El amor de Dios nos crea, nos regala la vida y el amor que necesitamos para llegar a ser plenamente hijos e hijas de Dios, para llegar a ser libres como Dios nos quiere, para llegar a ser personas en toda la amplitud de la palabra.

Lectura de Isaías 43,16-21
Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes; caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. «No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis? Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo. Me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza.» Palabra de Dios

Lectura a los Filipenses 3,8-14
Hermanos: Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe. Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos. No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para Mi. Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús. Palabra de Dios

Lectura del santo evangelio según san Juan 8,1-11
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba. Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?» Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» E inclinándose otra vez, siguió escribiendo. Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: «Ninguno, Señor.» Jesús dijo: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.» Palabra del Señor

«EL SACERDOTE, TESTIGO DE LA MISERICORDIA DE DIOS»

Hablar del Seminario es referirnos a una realidad viva, a una familia muy apreciada y necesaria en el conjunto de la familia diocesana. Es de todos y juntos compartimos nuestro afecto, apoyo y preocupación en favor de tan querida institución. En el Seminario se forman los futuros sacerdotes que serán destinados a ser los servidores de Jesucristo y de su Evangelio para todos y cada uno de los fieles diocesanos.
Precioso el lema elegido para la jornada del Día del Seminario en este Año Sacerdotal: “El sacerdote, testigo de la misericordia de Dios”. La Iglesia es muy consciente de que uno de sus primeros deberes será siempre el de predicar el Evangelio de la misericordia. Por las manos del sacerdote llegan las aguas renovadoras de la misericordia divina, manantial inagotable de gracia.
La misericordia es don de Dios. Quien cree en Dios cree en su misericordia.
Dice San Agustín que “a Dios se asciende por la oración y Dios desciende en misericordia”.
La misericordia de Dios llega siempre al que reza y espera como rocío del cielo.
El sacerdote es el hombre de entre los hombres que ha oído y conoce el grito de su pueblo. Llamado por Dios, decide entregar su vida para librarlo. Por él, actúa Dios. Es puente del amor inmenso de Dios, capaz de allanar barreras y montañas que ponemos los humanos, creyentes y no creyentes, porque la misericordia de Dios es para todos.
Por el sacerdote discurren las gracias que renuevan la tierra reseca y abrasada.
Es el agua que empapa, calma los ardores y fecunda, hasta resucitar, lo que estaba muerto. Es la presencia de Jesús Resucitado entre nosotros.
Al escribir estas dos palabras me siento en la condición de un necesitado que pide ayuda a todos sus fieles: sacerdotes, consagrados, fieles laicos. La Iglesia de Jaén necesita de todos sus diocesanos para que el Seminario cumpla con sus objetivos, para que surjan y se fomenten las vocaciones y para que se cuiden, se desarrollen y lleguen a su término en el Seminario.
Es imprescindible el protagonismo de los sacerdotes para que con sus palabras y vida, sobre todo, ofrezcan ese don a los jóvenes. Las familias tienen un papel no menos relevante en estas llamadas. Que no duden en apoyar la vocación de sus hijos, si Dios os hace este regalo. Hago también esta llamada a los educadores cristianos, maestros, catequistas, profesores... Todos estamos llamados a renovar nuestro interés y afecto por los seminaristas y por quienes se preocupan y atienden su formación. Gracias a todos.
Quiero transmitir ánimo a los seminaristas para que valoren el don recibido, para que no se pierda, para que aspiren con decisión y humildad a ser santos por este camino.
Rezamos a Dios por vosotros y por todos los llamados. Buscamos con interés estas plantas tan necesarias y escasas en nuestra Iglesia. Los que habéis escuchado y seguido la llamada de Dios, no dudéis en entregaros de lleno al Señor. Trabajad sin descanso y como única preocupación en adquirir la ciencia y virtudes que espera el Señor de vosotros y también ya los fieles a los que seréis enviados, cuando él lo quiera.
Un recuerdo también especial y agradecido de todos para la Delegación episcopal de vocaciones y para quienes, en nombre de todos, han asumido la no fácil misión de formar a nuestros seminaristas: Rector, formadores, profesores.
A las comunidades parroquiales y familias que cuentan entre sus miembros con algún seminarista: vuestro apoyo y oración es imprescindible en esta tarea ardua y nada fácil, menos en la sociedad actual. Dios os lo pagará con creces. Oremos por nuestros Seminarios. Ayudemos también con nuestros medios económicos a su mantenimiento y mejoras, pero, sobre todo, pidamos al Dueño de la Mies, y a la que es Madre nuestra, la Santísima Virgen, que envíe con abundancia vocaciones a su Iglesia, particularmente en este Año Sacerdotal.
Mi saludo agradecido y bendición. RAMÓN DEL HOYO LÓPEZ.

La Conferencia Episcopal Española (CEE) ha puesto en marcha una campaña de comunicación en favor del derecho a la vida de los que van a nacer, con motivo de la Jornada por la Vida que se celebrará el próximo 25 de marzo. La campaña, que este año lleva por lema: “¡Es mi vida!... Está en tus manos”, tiene como objetivos principales seguir dando voz a los que van a nacer para defender su derecho a la vida y ofrecer apoyo real a las mujeres gestantes que se encuentran en dificultades.
En continuidad con la campaña realizada el año pasado “¿Y yo?...¡Protege mi vida!”, los carteles muestran la vida humana en sus primeros estadios. De este modo, se subraya la presencia en el vientre materno de un nuevo ser humano cuyo derecho a la vida debe ser reconocido y tutelado. Un bebé, en esta ocasión sostenido sobre las manos entrelazadas del padre y de la madre, vuelve a tomar la palabra y exclama: “¡Es mi vida!... Está en tus manos”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.