sábado, 12 de septiembre de 2009

6 de Septiembre DOMINGO XXIII DEL T.O.


El comentario a las lecturas de este domingo se nos puede quedar en una especie de admiración prolongada ante el poder de Dios que se manifiesta en Jesús. Estamos ante una persona capaz de hacer milagros, de romper el orden de la naturaleza para devolver la salud al que sufre. Es obvio que esa persona tiene un poder especial, superior a lo que pueden hacer los que le rodean. Es el signo de que esa persona viene de Dios o es Dios. Los milagros que debemos hacer los cristianos han de serlo porque rompen el orden social injusto en que tantas veces se funda nuestra sociedad. Es un orden social que ve como natural que los pobres, en cualquier sentido que se diga, sean marginados. Ahora podemos concluir que lo que Jesús pretende no es provocar nuestra admiración, nuestro espanto, ante su poder maravilloso. Más bien nos está mostrando una forma de actuar. Si queremos seguir a Jesús, también nosotros nos tendremos que dedicar a hacer milagros. Pero nuestros milagros no deben serlo tanto por quebrar el orden natural de las cosas, las leyes de la biología o de la física. Ese orden social debe ser quebrado. ¿Cómo? Acogiendo a los excluidos y marginados, devolviéndolos la palabra, haciendo que se sientan uno más en la familia cristiana, que compartan con nosotros el pan de la palabra y de la vida en la mesa del padre común. No como objetos pacientes de nuestra caridad (así los demás verían que el amor de Dios reina en nuestros corazones) sino como sujetos activos al mismo nivel que los demás, que nosotros (así los demás verán cómo se reúne en la vida la familia de los hijos e hijas de Dios. Ese testimonio sería el cumplimiento de la profecía de Isaías que se nos regala en la primera lectura.

Lectura:Isaías 35,4-7


Decid a los cobardes de corazón: «Sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios que trae el desquite, viene en persona, resarcirá y os salvará».

Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán saltará como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará. Porque han brotado aguas en el desierto, torrentes en la estepa, el páramo será un estanque, lo reseco un manantial. Palabra de Dios



Lectura: Santiago 2,1-5

No juntéis la fe en nuestro Señor Jesucristo glorioso con el favoritismo. Por ejemplo: llegan dos hombres a la reunión litúrgica. Uno va bien vestido y hasta con anillos en los dedos; el otro es un pobre andrajoso. Veis al bien vestido y le decís: «Por favor, siéntate aquí, en el puesto reservado.» Al pobre, en cambio: «Estate ahí de pie o siéntate en el suelo.» Si hacéis eso, ¿no sois inconsecuentes y juzgáis con criterios malos? Queridos hermanos, escuchad: ¿Acaso no ha elegido Dios a los pobres del mundo para hacerlos ricos en la fe y herederos del reino, que prometió a los que lo aman? Palabra de Dios


Lectura del santo evangelio según san Marcos 7,31-37

En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis.

Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.

Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.» Palabra del Señor

El cansancio de la Iglesia y su remedio José Luis Restán

"El cansancio de la Iglesia existe, desde luego. La Iglesia puede cansarse incluso en zonas culturales enteras, y también caer". Son palabras duras pero verdaderas. Se las dirigió el cardenal Joseph Ratzinger a su interlocutor, Peter Seewald. De todos los cansancios el más pernicioso es el de quienes ya no esperan de la Iglesia lo único que sólo ella puede dar. El de quienes la reducen a mero instrumento del sistema para que ofrezca un suplemento ético o una consolación espiritual. Y existe también el cansancio, más noble, de quienes sienten que han hecho todo lo posible, que han bregado toda la noche sin sacar nada... hasta que les vence el escepticismo. De estos cansancios varios no se sale con planes eficientes ni con voluntarismo. Sólo la gracia de Dios, el Espíritu Santo, que es el alma de la Iglesia, puede recuperar su organismo cansado y darle una nueva vitalidad. ¿Es esto salirse del problema? Sinceramente creo que no, es afrontarlo en toda su crudeza. Claro que no se trata de esperar que esto suceda como quien espera a Godot sino de abrir los ojos para contemplar lo que ya sucede aquí y ahora, ya que por fortuna el Espíritu no descansa. Como bien recordaba el cardenal Ratzinger en el mencionado diálogo con Seewald, a esta Iglesia (y no a otra que podamos imaginar o proyectar) se le ha prometido "Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo", lo cual no significa que a cada parcela o diócesis de la Iglesia se le haya ofrecido salvoconducto para la eternidad. La Iglesia puede caer, oscurecerse, y en algunas regiones incluso desaparecer, pero la promesa sigue siempre en pie y el Señor la cumple con su fantasía que nos descoloca y nos desborda. El cansancio existe y puede tener sus justificaciones varias, pero en último término desvela un error de fondo. El de no reconocer a la Iglesia como lo que realmente es: el hogar de gracia en el que nuestra humanidad se recupera continuamente, el único ámbito vital que permite el encuentro con Cristo y su seguimiento real, más allá de nuestras proyecciones sicológicas y de nuestras pretensiones ideológicas. Los hombres de Iglesia podrán resultar más o menos simpáticos en cada momento, más o menos acertados en sus opciones históricas, pero sólo en el cuerpo concreto de la Iglesia encontramos a Cristo tal cual es, y no al fantasma que cada uno se puede, incluso involuntariamente, construir. El gran escritor francés Georges Bernanos fue uno de los primeros, según Urs von Baltasar, en curarse de la enfermedad típica de los intelectuales católicos del XIX: la de separar la justa aspiración de una profunda renovación eclesial, de la forma concreta de la Iglesia. Desde luego Bernanos no fue complaciente con las personas y las instituciones eclesiales de su época, pero cuando tras uno de sus encontronazos épicos un amigo se apresuró a felicitarle por su desmarque de la institución, le respondió tajante: "si alguna vez me expulsaran volvería para pedir que me dejaran permanecer siquiera en un rincón, ya que fuera de la Iglesia no podría ni tan siquiera respirar". Nunca he encontrado una aproximación más bella y sagaz al misterio de la Iglesia y a lo que significa para la vida de quienes la hemos encontrado. El cansancio sólo puede ser superado por la alegría, la alegría de ver brotar inesperadamente el fruto de la santidad de Dios en la tierra fatigada de su Iglesia. Mientras cerraba este artículo ha llegado a mis manos una historia sencilla entre miles, la de un joven sacerdote de origen inglés que trabaja en las favelas de Sao Paulo, y que para descansar de su duro trabajo dedica el verano a atender los poblados del río Arari, en la Amazonia brasileña. Algunos esperaban seis años para ver al sacerdote, que ahora llega cada año y apenas da abasto para confesar, impartir catequesis, casar parejas, bautizar niños y preparar enfermos para el paso final. Supongo que el P. Shekelton acabará cansado, pero el suyo no es el cansancio de la Iglesia del que venimos hablando. Más bien él, como tantos y tantos en los cuatro puntos cardinales, nos muestra que la Iglesia es la casa en la que vivir y morir con esperanza, rodeados de una amistad que es signo de la compañía perenne de Cristo. Y quede claro que Shekelton no es producto de una estrategia eclesial, recibió su alegría de otros testigos, y él la transmite ahora a manos llenas en una circunstancia de por sí descorazonadora. Así ha sido durante más de veinte siglos, y así será hasta que el Señor vuelva.

AGENDA DE LA SEMANA

Martes 8. FIESTA VIRGEN DEL CAMPO (10.00m.) PROCESIÓN

Jueves 10. EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO (7.30t.)

EUCARISTÍA (8.00t.)

Domingo 13. EUCARISTÍA (12.00m.)


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